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jueves, 7 de febrero de 2013

LA PEDALEADA CON ALMA MARINA

Hoy desperté a las diez de la mañana en mi día de descanso.

Tuve una sensación tan dulce al despertar, mi corazón buscaba la teta materna y latía con la felicidad de un bebito de pocos meses de edad. En la pereza previa a levantarme, cosa que no me ocurre mucho ya que normalmente salto como resorte de la cama al estilo de mi hermano menor que duerme en el piso uno, mi catirito hermanititico Enriquito; allí en la previa a ponerse de pie, me imaginaba ser un bebe acostado boca abajo y rebozando de felicidad, estirando secuencialmente y con energía los bracitos y piernas, cabecita hacia arriba, pensando que ya pronto vendría por mí alguien para alegrarme.

Tomé mi desayuno, alisté mi bicicleta roja media montañera, le heché aire a las llantas y salí de la casa con rumbo a la oficina de pagos de Movistar para pagar la deuda vencida del teléfono de mi hermanititico.

Durante el trayecto el sol calentaba y tornaba rojos mi pecho y hombros descubiertos tras el semi suéter. Pasaban las chicas bonitas en shorts mostrando sus buenas piernas, y mi corazón calmado se aceleraba muy saludable y extrañamente como si hubiese descansado durante la noche para no alterarme nunca más, sentía mis latidos muy esparcidos y vitales, tan fuertes como si se disiparan energías cardiacas al rededor mío y a mucha distancia, lejos, muy lejos.

La alegría me invadía el alma con estado de felicidad plena, jugaba a manejar haciendo "eses" y a alta velocidad, intrépidamente me sentía un niñito, el infante del Josen Hasensen ciclista que represento ser cuando manejo desde San Martín hasta Miraflores.

Luego de estar en la oficina de Movistar regresé ya en camino de subida, pedaleaba al tope, rápido por extraña invitación de mi inconsciente, mi corazón latía fuerte, pero no lo sentía debilitado, al contrario. Y mi mente pensaba en los consejos espectrales de mi hermana Ana Marina, mientras los insolentes bestias pasaban retando mi paz y queriendo malograr el estado tan feliz de mi alma.

Regresé a casa, subí mi bicicleta a mi departamento del segundo piso y me di un duchazo para refrescarme del sudor y de las coloraciones que el sol había hecho en mi cuerpo. Allá en la ducha, el agua refrescaba también como menta los latidos de mi muy feliz corazón, el agua resbalaba con tanta frescura que me revitalicé. Recordando a Carolina, la erección se hizo presente por ella, la Chica Linda de mi trabajo...

Y no se supo para mal del veneno letal cardiaco que me habían puesto durante la noche.

César Ignacio.